Tras una búsqueda azarosa que me llevó a descubrir Aikido Ronin Valencia, probé mi primera clase a mediados de septiembre de 2023. Me convenció el que el dojo estuviera a media hora andando de mi casa. Con la edad, una se vuelve práctica (por no decir comodona). No sabía nada de este arte marcial japonés, excepto que hacían caídas y que eso me iba a suponer un reto personal. Hasta para mí era un misterio por qué, a mis 49 años, me iba a situar voluntariamente en semejante tesitura. Como una compañera veterana me comentó unas semanas más tarde, había atendido «la llamada del Aikido», un concepto que sonaba tan irracional como auténtico porque, a día de hoy, todavía no encuentro forma de explicar esa atracción.
Mi ego, que pretende hacer todo perfecto a la primera y que quiere las cosas ayer, no tardó en lanzar señales de incomodidad. Mis niveles de frustración crecían y me planteaba a menudo el continuar con las clases. Tal es así que tuve que mantener una conversación muy seria conmigo misma: me recordé que no hemos venido al mundo a ser perfectos, sino a aprender, y que las artes marciales requieren disciplina y constancia, aspectos nada compatibles con la satisfacción inmediata por la que tanto aboga nuestra sociedad. El que los integrantes de Aikido Ronin Valencia fueran tan generosos y pacientes conmigo tuvo, desde luego, mucho que ver con mi decisión de perseverar. La práctica marcial es un arma de autoconocimiento poderosa que nos muestra nuestros miedos e inseguridades. Implica, además, un proceso constante de autosuperación. Por suerte o por desgracia, no crecemos en entornos cómodos. En Aikido Valencia he encontrado compañeros que me cuidan, pero que también me retan y ayudan a progresar.
Aprendí que el Aikido hace honor al bushido, el camino del guerrero, un código basado en el zen, el confucionismo, el budismo y el sintoísmo. Esta serie de reglas regían el comportamiento y la vida de los samuráis. Entre estos principios encontramos la rectitud, la compasión, el valor, el respeto, la honestidad, el honor, el deber y la lealtad.
¿Qué razones puede tener uno para practicar Aikido? No es ningún secreto que las artes marciales fomentan tanto la salud física y mental como el equilibrio y la armonía. También promueven el autoconocimiento, el autocontrol y la seguridad en uno mismo. El Aikido nos enseña, más allá de la dualidad, un modo efectivo de enfrentarnos a una agresión, a defendernos en caso de ataque, a respetar a nuestro contrincante y mostrarle que le conviene reconsiderar y abandonar sus acciones agresivas. Se trata, en definitiva, de neutralizar al adversario sin causarle daño. Todas estas son cualidades aplicables a la vida diaria.
La amistad es uno de los pilares del bushido. Más allá de las relaciones sociales, se trata de un lazo profundo, basado en el respeto mutuo y en la colaboración constante, que se forma entre los compañeros de entrenamiento. No solo promueve un sentido de comunidad, sino que también crea un ambiente de aprendizaje enriquecedor.
Al poco de unirme, uno de los integrantes relató el siguiente diálogo con un amigo:
—¿Cómo van las clases de Aikido?
—Bien. Hacemos dos horas de práctica y tres de bar…
En ese momento me reí, pensando que era una exageración. No lo es. La cenas y tertulias que siguen a cada clase son elementos imprescindibles. Me encanta la diversidad del grupo, la convergencia de diferentes profesiones, el que cada uno aporte un enfoque distinto y que seamos capaces de mantener conversaciones fructíferas, a veces apasionadas y sobre temas polémicos, aunque no compartamos el mismo punto de vista. No se trata de una situación «ideal» o idealizada. ¿Se producen roces y habladurías? Sí, como en cualquier conjunto de personas. Al fin y al cabo, el conflicto forma parte de la experiencia humana y lo que importa es cómo lo gestionamos. La capacidad de reírnos, también de nosotros mismos, proporciona un ambiente sano que no tiene precio.
Estos encuentros no se limitan al cierre de las clases, sino que organizamos comidas y cenas a lo largo del año. Cualquier excusa es buena para juntarnos a comer y beber. Tal es así que, ante la amenaza constante del fin de las artes marciales por la dificultad de reclutar a miembros nuevos, propusimos utilizar la etiqueta de «Aikido Gourmet» como elemento de marketing. La motivación extra que proporciona la comida no es, ni mucho menos, exclusiva de nuestro dojo. En cada curso o evento de Aikido, la elección de los restaurantes y de los menús resulta esencial para todos los asistentes.
—Hay un curso en Pamplona —anunció nuestro sensei Juan Ramón Hita el año pasado—. Allí se come bien— añadió a renglón seguido con expresión satisfecha.
Y tiene razón, como también se come bien en San Sebastián, en Madrid, en Santiago de Compostela… El «Aikido Gourmet» incluye picnics en la playa, paseos urbanos, visitas a museos, a yacimientos arqueológicos, a bodegas…
En Aikido Valencia he conocido a una nueva familia, a un grupo de amigos que ofrece y proporciona asistencia tanto moral como práctica en situaciones difíciles. Se trata de una amistad que trasciende el tatami y se convierte en un apoyo fundamental tanto dentro como fuera del dojo. En los últimos meses lo he podido comprobar de forma contundente cuando Miguel, uno de los compañeros que vive en Catarroja, se vio afectado por las inundaciones de la tristemente famosa DANA de 2024 y unimos fuerzas para echar una mano. A nivel personal y gracias a un esfuerzo de equipo, he logrado encontrar un nuevo hogar en un momento de crisis, que se dice pronto.
Si todo esto no fuera suficiente, existe otro motivo de peso para unirse al Club Aikido Gourmet: «Aquel que expulsa de su conciencia cualquier idea agresiva hacia los demás y vive al mismo tiempo en busca de la paz y armonía con el mundo, ya no tiene motivo para temer a nada ni a nadie.»
Lucía Solaz Frasquet
Abril 2025











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